En enero de 2013, el país se conmocionó por una historia que parecía sacada de Hollywood, pero que era cierta. Mientras la mayoría de los colombianos se alistaba para celebrar la navidad y el año nuevo una de las más macabras historias de asesinato de los últimos años llegó a su fin. El 13 de diciembre la Policía y la Fiscalía arrestaron en Santa Marta a Luis Ramírez, como responsable del asesinato de 30 mototaxistas en diferentes lugares del país que van desde el Magdalena Medio hasta la Costa.
Por el número de víctimas los investigadores del caso afirman que se trata posiblemente de uno de los mayores asesinos seriales de los últimos tiempos. Pero lo que más aterró a las poblaciones en donde cometió los crímenes, y a las propias autoridades, fue la forma en que quitaba la vida a sus víctimas. Hacía con ellas un ritual que supera con creces la imaginación de los libretistas de la conocida serie de televisión por cable Dexter, en la que un policía de Miami es un maquiavélico asesino que sigue macabros protocolos para sus crímenes.
Ramírez, que nació en Valledupar, solo elegía mototaxistas entre los 19 y 30 años de edad. Ninguno medía más de 1.70 metros de estatura ni pesaba más de 60 kilos. Esto con el fin de poder someterlos fácilmente.
Su táctica era simple y efectiva. Aprovechaba su carisma y su locuacidad para generar confianza. Pedía que lo llevaran en el mototaxi a un lugar cuidadosamente escogido, en las afueras de las ciudades en las que actuó. Aprovechando que iba en la parte trasera del vehículo y después de conversar todo el camino con el conductor, cuando este se detenía lo sujetaba por la garganta y lo asfixiaba, teniendo cuidado de que no muriera, hasta que perdiera el conocimiento.
Arrastraba su víctima desmayada hacia la zona escogida, donde siempre había árboles, apropiados para sus macabros fines. La amarraba de pies y manos a cuatro árboles, suspendiéndola en el aire para que no pudiera tocar el suelo. Una vez los mototaxistas recobraban el conocimiento, les amarraba otra soga al cuello y la colgaba de una rama alta. Para no ahorcarse, la víctima debía sostenerse con fuerza de las cuerdas que le ataban las manos. Según los análisis de los cuerpos efectuados por Medicina Legal, las víctimas podían durar hasta un día luchando por no aflojar las manos, pero al final el peso del cuerpo las vencía y morían por asfixia.
Todo ese tiempo Ramírez se quedaba sentado frente al moribundo, mirando. Una vez fallecía robaba sus pertenencias y la moto, que revendía fácilmente. En algunos casos enterraba los cuerpos. En otros, los dejaba hasta que eran encontrados descompuestos, días después.
Barrancabermeja fue uno de los lugares donde sembró el terror. Allí se le conocía como el asesino de Tenerife por el lugar donde siempre dejó a sus víctimas. Una de ellas fue un joven de 19 años, que asesinó en septiembre de 2012. Era el quinto mototaxista muerto en el puerto petrolero, donde se presentaron protestas airadas pidiendo su captura. Un acucioso policía de la Sijin del Magdalena Medio, que investigaba esos crímenes, terminó por descubrirlo.
El uniformado supo por los familiares del joven asesinado que este tenía un celular de alta gama. Se dio a la tarea de seguir el rastro de la señal con la esperanza de que el asesino se hubiera quedado con el aparato. No se equivocó. Los reportes le indicaron que había estado en Sabanalarga, Aguachica, Santa Marta, Valledupar y Puerto Wilches.
El policía verificó si en esas ciudades si había asesinatos similares. En todas ellas encontró reportes de mototaxistas amarrados y asfixiados. Valledupar tenía el mayor número de casos, once. En total, contabilizó 30 asesinatos con las mismas características desde fines de 2011. Para el investigador era claro que se trataba de la misma persona y que estaba tras un asesino en serie.
Para diciembre de 2012, siguiendo el rastro del celular del joven asesinado en Barranca, el hombre de la Sijin instaló un retén cerca de Santa Marta y arrestó a Ramírez, quien tenía el teléfono móvil que lo inculpaba. Al allanar el cuarto donde estaba viviendo, se encontraron las cédulas de otras víctimas que guardaba como ‘trofeos’. La Fiscalía le imputó los delitos de homicidio agravado tortura y hurto calificado y agravado. Ramírez aceptó los cargos y fue recluido en la cárcel Modelo de Bucaramanga en donde está a la espera de conocer la sentencia que le impondrán. Ese fue fin del ‘Dexter’ criollo que por 14 meses atemorizó a los mototaxistas de medio país.
Actualemente, el Dexter criollo paga una pena de 34 años de cárcel. Durante la investigación no se comprobó su participación en todos los cadáveres que se hallaron muertos de la misma manera. En principio la condena fue de 50 años pero la confesión de un par de homicidios le dieron 16 años menos. Si Luis Ramírez cumple con buen comportamiento se le podría otorgar rebaja de pena de 10 años, quedando en libertad para el año 2032, después de haber cumplido las tres quintas partes de la condena. Pero se le investigan más asesinatos.
Tomado de: Semana.com
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