Un año del ataque que reactivó la guerra en medio oriente entre Israel y Hamás Más de 41.900 muertos a dejado

De Gaza y Cisjordania a Israel, del Líbano a Siria, de Irán a Yemen, el sonido de los tambores de guerra se extiende sin cesar en una región que si bien hace años no conoce la paz, también hacía tiempo que no era testigo de una confrontación tan amplia, peligrosa y devastadora como la que se está viviendo, en la que se han cruzado tantas líneas rojas.

La escalofriante decisión del movimiento islamista palestino Hamás de perpetrar, hace un año, la más sanguinaria masacre en la historia del Estado de Israel, marcó un punto de inflexión en las ya habituales tensiones en la región, y abrió la caja de Pandora de una confrontación que no sólo desestabiliza a Oriente Medio sino también al mundo, porque justo por allí pasan algunos de los ítems que definen la economía y, en general, la geopolítica del planeta.

Ese 7 de octubre, cientos de militantes de Hamás, siguiendo el libreto de una operación que parecía una misión terrorista suicida e imposible, lograron superar la hasta ese día infranqueable barrera de seguridad israelí y accedieron al territorio para perpetrar la matanza de 1.205 personas, secuestrar a 251 y cometer todo tipo de vejámenes y atrocidades, ante la mirada impotente de unas fuerzas de seguridad consideradas las mejores y más preparadas del mundo, pero que ese día, con toda y su tecnología de punta y sus desarrollos en inteligencia artificial bélica, fueron impotentes para repeler a tiempo los drones, los buldózeres y los vehículos que sin mayor tecnología propinaron el más duro revés. El triunfo de lo análogo sobre lo digital.

Ante semejante golpe, Israel desató un infierno en la Franja de Gaza, que ha cobrado la vida de más de 41.000 palestinos (la mayoría mujeres y niños), ha pulverizado la infraestructura y los centros urbanos de uno de los territorios más densamente poblados del mundo, ha provocado el desplazamiento forzado de millones y una enorme crisis humanitaria, y ha visto la oportunidad de rediseñar, a punta de golpes de misil, bombas antibúnker y asesinatos de líderes enemigos, la geopolítica de la región.

Las devastadoras operaciones contra Hamás y el Hezbolá libanés, también los ataques a los rebeldes hutíes en Yemen, son la reacción a un elemento común: la influencia articuladora de Irán, la gran fuerza que apoya e instiga a estos grupos, que ahora se dicen llamar el ‘eje de la resistencia’ y que han sido los encargados de sostener en los últimos años la guerra indirecta emprendida por el régimen de los ayatolás contra quien consideran su más odiado enemigo. Pero lo de ‘indirecto’ ha empezado a cambiar. Dos han sido ya los ataques frontales de Irán contra Israel: el del pasado 13 de abril con más de 200 drones y misiles, que en su mayoría fueron neutralizados por los sistemas de defensa israelíes, estadounidenses y jordanos, y que por lo visto no pretendían más que mostrar los dientes sin provocar una escalamiento mayor; y el del martes pasado, con 181 misiles balísticos, también al parecer sin mucha pretensión, pero que podría significar una dura respuesta israelí que tendría por blanco la infraestructura petrolera o las plantas nucleares donde a contrarreloj se está enriqueciendo uranio, la gran pesadilla existencial del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de que Irán se convierta en una potencia nuclear.

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