Hombre relata lo que sintió al contagiarse con viruela del mono: “Mirarse al espejo es lo más duro”

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A Miguel Andrade la viruela del mono lo sorprendió tres días después de una reunión informal con amigos y extranjeros recién llegados a Colombia. Se vieron en un lugar cerrado de Cali, intercambiaron copas, bailes, unos cuantos besos y algo más. Era otra noche de diversión, no había nada que temer y sí mucho por disfrutar.



Al tercer día de aquel encuentro, su cuerpo estaba más pesado con el pasar de las horas: un malestar general le congestionó las vías respiratorias y un dolor insoportable en huesos y articulaciones lo obligó a un descanso prolongado. Ese día, recuerda, durmió por más de diez horas y se levantó aún más cansado. Algo no andaba bien.

El malestar se prolongó por dos días más, hasta que recibió el primer reporte de uno de sus amigos cercanos. “Aló, Miguel, he estado muy mal de salud, me fui a hacer la prueba de la viruela del mono y salió positiva. Lo mismo les pasó a otros asistentes”. No necesitó más palabras para saber que, seguramente, él también estaría en esa lista de contagiados.

“Dos horas después de aquella llamada asistió a la EPS para realizarse el examen correspondiente. El resultado tardó cuatro días, pero cuando llegó ya no era necesario apresurarse a conocer si era positivo. Durante ese tiempo aparecieron los síntomas inequívocos de la viruela del mono.


“A los tres días del malestar empezó a salir el brote en la parte central del abdomen. Al principio son como barritos, un granito normal, pero ya después comienza a picar y arder muchísimo, y empiezan a botar una sustancia como materia (pus)”, señala Miguel.

Los días siguientes –hasta ahora– el brote se propagó en diferentes partes del cuerpo, siendo el abdomen bajo el más perjudicado, así como los brazos y piernas. En el rostro aparecieron, pero en menor medida. “Los primeros días no podía comer nada, no me pasaba ningún alimento. Cuando apareció el brote, el ardor tampoco me dejaba dormir, es como si tuvieras todo el cuerpo en constante ebullición. Eso se suma al dolor de cabeza permanente y al cansancio: en algunos casos te pesa hasta el alma para moverte de la sala a la cocina”, relata.

Miguel tiene 31 años, vive solo y desde hace 14 días no ve la luz del día. Todo lo pide por domicilio y su familia se ha abstenido de visitarlo, a pesar de que la viruela del mono se contagia a través de un contacto estrecho con un posible intercambio de fluidos. Él no lo dice, pero es consciente de que la enfermedad provoca cierto rechazo. La apariencia del enfermo no es la mejor y eso llega a impresionar hasta al más optimista.



“Mirarse al espejo es lo más duro. Porque uno piensa: ¿será que me quedaré así? Aunque a mi favor tengo que decir que los granos que ya se secaron no han dejado manchas”, dice. Y es tal la estigmatización que la viruela del mono ha generado en la sociedad, que la mayoría de contagiados prefiere pasar sus angustias en silencio, resguardados en sus casas y, en muchos casos, lo ocultan hasta en sus círculos laborales y sociales.

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