Juan Sebastián Jiménez, un menor de 13 años de la etnia indígena Chimila, habría sido asesinado por sus padres. El menor era obligado a pelear con armas blancas con su hermano.
El día que Juan Sebastián Jiménez Jiménez, un niño indígena de la etnia Chimila, fue encontrado muerto en una humilde casa del barrio Los Cardonales, en Gaira, su cuerpo estaba vestido con ropa limpia y sus manos estaban cruzadas en el pecho. Parecía que habría fallecido en condiciones naturales, por una caída o de manera súbita por alguna falla interna mientras dormía tranquilamente en su habitación, pero –en realidad– esa era la imagen que sus padres querían dar a los primeros investigadores que asumieron el caso.
El telón de aquella farsa cayó en pocos minutos. El pequeño, de 13 años, tenía un profundo golpe en el cráneo, había marcas de quemaduras con cuchara caliente en su espalda, una herida de arma blanca en su dorso y rasguños y golpes en el cuello. Además, habían viejas laceraciones por cada centímetro de su famélico cuerpo, que –además de los múltiples traumas– evidenciaba a grandes rasgos signos de desnutrición severa.
Los uniformados que llegaron a la vivienda, la cual fue levantada con bloques de cemento en un precario y pobrísimo barrio del Magdalena, rápidamente se dieron cuenta del horror al que hace años estaba siendo sometido el menor por parte de sus padres; sin embargo, la caja de Pandora que se abrió con los primeros interrogatorios a los vecinos le aguó el ojo a más de un curtido funcionario forense de la institución.
Juan Carlos Jiménez Granados y María Tomasa Montenegro Pacheco, padre biológico y madrastra del menor, respectivamente, padecen un gran trastorno lleno de perversidad, según fuentes judiciales que han estado al frente del caso, que llevó a deshumanizar al pequeño Juan, quien –de alguna u otra forma– “naturalizó” la violencia sistemática que vivía.
El detalle –hasta ahora– más escabroso de los últimos días de Juan Sebastián revela que los padres del joven lo obligaban a pelear con su hermano. La espantosa gresca era protagonizada por dos pequeños que se intentaban matar a punta de cuchilladas por un capricho de quienes controlaban sus vidas, todo un baño de sangre que era grabado por sus mismos familiares.
El drama pica y se extiende con cada indagación dentro del proceso que sacudió al Magdalena en las últimas semanas. Según la Policía, el menor que sigue con vida posee una anatomía física parecida a la de un niño de seis años pese a que cuenta con 11, una muestra esquelética con rostro cadavérico del hambre que padece.
Asimismo, se conoció que la madrastra contactaba a otros niños del sector para que se molieran a golpes con sus hijastros. Los combates solo eran detenidos hasta que uno de los involucrados estuviera muy lastimado.
“Describir lo que vivían da dolor porque como madre nunca se me cruzaría llegar a ese punto de violencia contra los hijos. Es un maltrato de largo aliento y sistemático contra estos menores. Tienen muchas marcas en sus espaldas. Es tanto el grado de maltrato que pensamos que lo ven lastimosamente como una conducta normal. Es un comportamiento morboso y perverso de los padres. Todo estaba desnaturalizado en lo que era una relación de hermanos”, contó la coronel Adriana Paz, comandante de la Policía Metropolitana de Santa Marta.
Los vecinos del menor fallecido, testigos diarios de los maltratos a los que eran sometidos los menores en el hogar de los Jiménez, reconocieron que los padres de los niños asumían un aterrador grado de indiferencia con relación al bienestar mental, físico y alimenticio de los pequeños.
Tanto Juan como su hermano eran vistos cargando galones con agua desde las cuatro de la mañana hasta las 12 de la noche para ganarse unos pesos y, de paso, suministrar con el líquido a su hogar. La labor les desgarraba los músculos de la espalda, les ocasionaba espasmos en la nuca y les agrietaba la piel de las manos. Pero –lo más grave– es que sus exigentes funciones físicas diarias carecían de las raciones mínimas nutricionales para cargar con semejante peso.
Los menores, que además eran explotados al ser obligados a pedir dinero por lo sectores aledaños, solo probaban bocado una vez al día. Quizás por lo anterior es que Juan Sebastián se veía obligado a tocar la puerta de sus vecinos para conseguir algo de comida.
“La madrastra era quien realizaba mayormente estas agresiones. Lo que vivían esos niños era muy duro para todos, pero uno no podía hacer nada. Muchas veces uno los escuchaba llorar por lo que vivían”, contó un habitante del sector.
Tras el crimen y la intervención de la Policía, el hermano del menor fallecido, de 11 años, quedó bajo protección del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (Icbf).
“Durante la verificación se constató que el niño presenta signos de violencia, por lo que se le abrió un proceso administrativo de restablecimiento de derechos y quedó bajo protección en la modalidad de hogar sustituto. Es un hecho lamentable que nos tiene que tocar a todos. No podemos seguir permitiendo que los hogares, que deben ser el principal entorno protector, no sean garantes de derechos. Esperamos que las autoridades esclarezcan prontamente los hechos y los implicados respondan ante la justicia”, comunicó la institución.
En 2021 una menor de edad, que hoy vive con su madre biológica y tiene 15 años, vivió la violencia sistemática ejecutada por la pareja de esposos en mención. Sin embargo, la pequeña pudo ser rescatada luego de que sus vecinos hicieran un llamado ante los autoridades debido a los vejámenes a los que constantemente era sometida.
Cabe recordar que la pareja de esposos fue enviado a la cárcel por un juez de control de garantías.
La Fiscalía General de la Nación les imputó cargos por los delitos de homicidio agravado y tortura, a los que los hoy señalados no se allanaron. El hallazgo del cadáver se registró a las 7:30 de la mañana del 25 de octubre, en el interior de una vivienda ubicada en la calle 75 con carrera 4C, sector de Los Cardonales, jurisdicción de Gaira, cerca a la bomba Zuca.
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