Los toros que se juegan cada día son los de las fincas la miseria, el hambre, la necesidad, el dolor, la violencia y la de los momentos tristes.
Son toros que salen al ruedo cada día a dar su mejor faena y el hombre pobre que se rebusca diariamente en cualquiera de las formas de trabajo, tiene que sacarle los trapazos a esos toros de lidia; toros que son en verdad muy bravos y peligrosos porque han hecho mucho daño a la sociedad, toros que salen con alma y vida a matar, generando esto una polvareda en la plaza de las vivencias cotidianas.
Algunos hombres pudientes y negociantes que no tienen necesidad, se montan bien vestidos con ponchos y sombreros vueltiaos en los palcos de la abundancia a verse la definitiva, es decir, a verse el enfrentamiento del hombre pobre con estos toros rabiosos que buscan acabar con su vida y es entonces que algunos de esos hombres pudientes al son de las notas armónicas de la banda de los lamentos disfrutan con tragos y mujeres bonitas bailando al ritmo de todas esas súplicas que logra presenciar allá abajo de sus pies. En estos palcos hay goce, risas, burlas, guapirreos y algarabía cuando alguno de esos toros revuelca al hombre pobre; parecen no importar esas vidas y que suene la banda se escucha en sus pedidos.
Aquellos ciertos hombres negociantes se aprovechan de los que están sufriendo en medio de la plaza, arrastrados por la polvareda, heridos y bañados en sangre por los cachos de los toros, embriagados de ignorancia, apurados con los látigos del sol, apurados con el cansancio en sus piernas producto del correr por sus vidas y es ahí cuando el alarde de algunos hombres pudientes sale haciendo cualquier cosa para saciar su sed de vanidad; y en ese saciar su vanidad lanzan billetes de poco valor o caramelos cerca de los toros para que estas pobres almas coloquen sus pellejos en los cachos de esos animales endiablados y es así como aquellos hombres pudientes se sienten superiores y poderosos disfrutando frente al sufrimiento del otro que desde abajo y sin reaccionar a su realidad mendiga las migajas que desde arriba le puedan dar.
Cuando las corralejas se acaban con la llegada del anochecer solo queda un paisaje apocalíptico, en el cual se puede mirar la hierba de la esperanza maltratada, la miseria sonríe detrás de los que corrían y los hace llorar en soledad, las tablas viejas de las oportunidades quedan rotas por los clavos de la maldad, los sonidos vagabundos por la gritería del crujir del estómago hacen eco en sus mentes, los muertos por dichos toros solo quedan en el recuerdo de sus seres queridos, los perros carniceros se pelean el desperdicio de las fondas de las ganancias y los despojos de los caballos de los avances del pueblo quedan tirados en medio de los potreros vecinos de aquellos que también aprovechan en silencio del desorden generado por las parrandas de la miseria.
Fredys Bravo Ortiz.
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