MIENTRAS NO MEJOREMOS DE MANERA SENSIBLE LA CALIDAD DE LA EDUCACIÓN NO PODREMOS HABLAR DE QUE VIVIMOS EN UNA DEMOCRACIA.



Por. J.J. Benítez.


Con el ávido interés de plantear soluciones a los retos que plantea nuestra compleja realidad, deseo invitar a quienes se acerquen a este texto, permitirse una profunda reflexión sobre su contenido, el propósito esencial de las ideas que se presentarán es lograr una comprensión de uno de los factores estructurales para el desarrollo de nuestra sociedad, LA EDUCACIÓN, pilar fundamental en la formación integral de ciudadanos éticos, autónomos y libres dotados de gran capacidad para pensar, amar y convivir dignamente con sus semejantes.
Es imposible negar que vivimos en un caos que amenaza nuestra existencia como especie, ha imperado en el transcurso de nuestra historia un paradigma equivocado, basado en concebir el éxito como la acumulación de riquezas y la competencia guerrera que siembra inequidad y exclusión del otro, las consecuencias de esto son fenómenos nefastos como la corrupción, la violencia sistemática y estructural que oprime a la dignidad humana. ¿Qué podemos hacer para detener todo esto, resarcir tantos daños pasados y prever los del futuro? Hay una solución definitiva que debemos priorizar.


No hay un conjuro mágico para resolver nuestros problemas, y la causa de la mayoría de estos es la ausencia de un buen gobierno, caracterizado por rasgos como la eficiencia, la transparencia, el desarrollo y no el crecimiento económico, la rendición de cuentas, la participación de la sociedad civil, que trabaje arduamente por el interés público y no el particular; ahora el logro de un buen gobierno es fruto de una sana democracia y para lograr esta, se necesita de una educación de calidad.


Iniciemos con nuestros planteamientos: En Colombia solo tres de cada mil jóvenes escolarizados alcanzan la habilidad de la lectura crítica a los 15 años, esto según los resultados de las últimas pruebas PISA aplicadas en el país; sin lectura crítica no es posible elegir de manera responsable, por lo tanto mejorar la calidad de la educación es inexorable para garantizar la verdadera función de la democracia. Una educación de calidad garantizaría y fomentaría el desarrollo de la lectura crítica, esta le permitiría a nuestros estudiantes distinguir matices en las afirmaciones, captar los pensamientos profundos que subyacen a los textos y encontrar posibles incoherencias en las ideas de un autor.

El pedagogo colombiano Julián de Zubiría, director del INSTITUTO ALBERTO MERANI, respecto al párrafo anterior plantea lo siguiente: ¿Cómo serán las dificultades que tienen estos mismos jóvenes para distinguir matices en las ideologías de los partidos políticos? ¿Cómo serán las limitaciones que tienen para comprender la conveniencia de un programa político, económico o cultural y para evidenciar lo equivocado que pueda ser elegir a un candidato en unas elecciones locales o regionales? Mientras los niveles de comprensión lectora en el país permanezcan así no podremos hablar de democracia y libertad. Necesitamos ciudadanos que puedan elegir y construir su propio destino.


Immanuel Kant, científico prusiano de la Ilustración y uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal dijo: -Solo son libres aquellos que piensan por sí mismos. La ignorancia es una gigantesca debilidad que expone a los ciudadanos a que sean presa fácil de los prejuicios sociales, políticos e ideológicos; de la peligrosa manipulación de los medios de comunicación, de las perjudiciales ideas mágicas, simplificadoras y supersticiosas, de los personajes mesiánicos, del reduccionismo, la intolerancia y el fanatismo.


Continuamos con nuestras razones, el pedagogo Julián de Zubiría nos plantea la siguiente reflexión: Una persona que todavía no domina la lectura crítica tiene graves limitaciones para interpretar la realidad material y simbólica. La lectura y la escritura de calidad nos liberan del tiempo y del espacio en el que vivimos. Nos permiten trascender, interactuar y dialogar con personas en múltiples contextos históricos, culturales y regionales.

En consecuencia, aprehendemos no solo de nuestra propia, limitada y singular experiencia, sino esencialmente de la experiencia acumulada a lo largo de la historia por los 110.000 millones de seres humanos que, se estima, nos han antecedido en su paso por el planeta Tierra.


Por otra parte la socióloga y antropóloga Michele Petit tiene razón cuando considera a la lectura comprensiva como condición de la democracia. Sólo así, afirma, podremos elegir destino, resistiremos de mejor manera a la opresión, y dejaremos de ser objeto de los discursos y los pensamientos de otros.


En los Diálogos de Platón, Sócrates hace una pregunta especialmente original y pertinente: ¿Qué pasaría –dice– si la población careciera de la educación suficiente para elegir adecuadamente a sus gobernantes? ¿Qué efecto generaría en la democracia el que los votantes no pudieran, por debilidades en su formación, ejercer de manera libre el derecho al voto?
En el hermosísimo texto ¿Qué es la ilustración?, E. Kant concluye que el fin último de la educación es alcanzar la mayoría de edad, es decir, formar un individuo que tenga criterio propio para enfrentarse en la vida a la toma de complejas decisiones políticas, sociales, éticas y personales. Al hacerlo, vuelve a poner sobre la mesa el fin último que los principales filósofos en la historia humana le han asignado a la educación: fortalecer la libertad y la autonomía.


Sin duda, podemos decir que, en Colombia, hay muchas personas mayores de dieciocho años, pero que todavía son pocos los “mayores de edad”, en el sentido kantiano del término. La conclusión es evidente: mientras no mejoremos estructuralmente la calidad de la educación, nuestra débil democracia seguirá amenazada.


La democracia exige una educación pública democrática, masiva y de calidad. De no alcanzarla, las nuevas generaciones no consolidarán la libertad y la autonomía, condiciones necesarias para que la población elija de manera independiente a sus gobernantes.
El pedagogo Julián de Zubiría no se equivoca al afirmar que en Colombia, la educación pública no es democrática, ni masiva, ni de calidad.

Actualmente en las aulas, los jóvenes no aprehenden a pensar, a leer o a argumentar. Más triste aun: cada vez se aumenta la brecha entre lo que alcanzan los egresados de la educación pública y los de los colegios privados de élite. Eso empequeñece la democracia y eleva la inequidad. Estas notables debilidades convierten a las nuevas generaciones en presa fácil de la manipulación, de las noticias falsas y del engaño.

Con facilidad, los políticos los atemorizan para que voten según su conveniencia y no según la de los electores. El fanatismo y los dogmas son la antítesis del pensamiento crítico. Por ello hay que excluir el proselitismo y el sectarismo de las aulas, al tiempo que fortalecemos el debate político argumentado y la diversidad de ideas.

Hay que defender las ideas de la Ilustración y no las del oscurantismo. Hay que fortalecer la razón y los argumentos, y no las creencias dogmáticas o la “policía del pensamiento” –como la llamó Orwell–, que tenía como propósito castigar a quienes se atrevían a cometer el “crimen del pensamiento”, que describe en su novela 1984.


Un voto libre, independiente y reflexivo ayudará a que nuestro destino sea más humano, más sensible y más feliz. Por ello, todos debemos protegernos de la enfermedad de votar a ciegas. Eso se logra con mejor formación política y no con leyes que amordazan a los docentes, la libertad de cátedra y la libertad. Ya lo tenía claro Sócrates en el siglo V antes de Cristo.

Un buen texto y un buen maestro nos hacen más autónomos, al tiempo que la ausencia de educación y de lectura nos hace creer ciegamente en lo que digan los demás.


Sin educación de calidad nunca garantizaremos la verdadera de la democracia y sin esta continuaremos repitiendo la misma historia generación a generación.

Se el primero en dejar un comentario

Déjanos tu opinión

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


*